¿A qué sabe el dolor?
Muerdo mi carne herida
y vuelvo a la niñez.
Al primer beso,
a la primera caricia,
que abren la senda
del placer.
Piel contra piel,
desnudez sobre desnudez.
Fluidos desconocidos
que embriagan,
seducen y trastornan.
Mastico la rabia
y desafío desde
mis cenizas
a la frustración.
Abro puertas bajo mi piel,
para vomitar el veneno
que han inoculado
tus besos.
Hoy, al fin, me he curado
de ti,
he combatido la fiebre
de mis noches
y el tormento de mis días
resistiendo,
porque la enfermedad eras tú.
Me abrazo
a la soledad
de mi presente,
triste, pero fuerte,
herida, y
orgullosa.
Soy reina
de un fértil reinado.
Tú,
vasallo de tu cobardía.
Huérfanos tus días
caminarán,
pisando siempre
la hojarasca de placeres
indómitos, únicos.
Añicos son hoy.
Recuerdos que
abrasarán
tu alma como penitencia,
por toda la eternidad.
Se abrirán llagas
bajo tus pies,
lágrimas de nostalgia
regarán la tierra,
y no brotará nada,
porque destrucción
es el manto bajo
el que te envuelves,
cabalgas sin rumbo
a lomos de la necedad
maquillada de arrogancia.
Feroz corcel, débil jinete.
El minúsculo caracol
deja un rastro de baba,
tus huellas son efímeras,
pobres y huecas,
las borrará el viento del olvido
Estás condenado a no olvidar
el sabor, el olor y el cómo.
Tu indiferencia de hoy
es abono de los lamentos
de tu mañana.
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