Y aquellos encuentros se espaciaron, más y más.
No le temía a las horas de ausencia mundada,
sino al día siguiente.
La pérdida de energía era alarmante,
necesitaba grandes dosis de descanso y sol para recuperarse.
No sabía si se la robaban o se le escapaba del cuerpo,
algo en su interior alertaba
de que no podía seguir regalando un don tan preciado.
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