“Se han derramado más lágrimas por las plegarias atendidas que por las que quedaron sin respuesta”.
Santa Teresa de Jesús
"Plegarias atendidas", Truman Capote
Más tarde, cuando pasaron a los
cigarrillos y al café, Perry volvió al tema del robo.
—Mi amigo Willie-Jay solía hablar de
eso; decía que todos los crímenes podían considerarse como
«variantes del robo». Incluido el asesinato. Cuando matas a un
hombre, le robas la vida. Lo que supongo me pone a mí entre los
grandes ladrones.
Fíjate, Don: yo los maté. Allí en la
sala, Dewey hizo que pareciera como si yo estuviera mintiendo... a
causa de la madre de Dick. Bueno, pues no. Dick me ayudó, sostenía
la linterna y recogió los cartuchos. Y fue idea suya, eso sí. Pero
Dick no disparó, no sería capaz de hacerlo... aunque cuando se
trata de atropellar a un perro viejo, es muy rápido. No sé por qué
lo hice —frunció el ceño como si el problema fuera nuevo para él,
una piedra preciosa recién desenterrada de sorprendente y
desconocido color—. No sé por qué —dijo como llevándola a la
luz y haciéndola girar entre sus dedos para contemplarla desde
distintos ángulos—. Estaba furioso con Dick. El duro, el hombre de
acero. Pero no se trataba de Dick. Ni del miedo de ser descubierto.
Yo quería correr la aventura. Y no era por nada que los Clutter
hubieran hecho. No me habían hecho nada. Como otros. Como otros que
me han dado una perra vida. Quizá sólo fuera que los Clutter
tuvieron que pagar por todos.
Cullivan, tratando de averiguar la
profundidad de la contrición que atribuía a Perry, lo sondeó,
¿verdad que experimentaba un remordimiento suficientemente profundo
como para desear el perdón y la misericordia de Dios?
Perry dijo:
—¿Que si lo siento? Si es eso lo que
quieres decir, no. No siento nada en absoluto. Y quisiera que no
fuera así. Pero nada de aquello me causa preocupaciones. Media hora
después, Dick me contaba chistes y yo me reía a carcajadas. Quizá
no seamos humanos. Yo soy lo bastante humano como para sentir lástima
de mí mismo. Me apena no poder largarme de aquí cuando tú te
vayas. Pero nada más. Cullivan no podía dar crédito a actitud tan
imparcial. Perry se confundía, estaba en un error. Era imposible que
un hombre estuviera tan falto de conciencia o de compasión. Perry
dijo:
—¿Por qué? Los militares no pierden
el sueño. Asesinan y encima les dan medallas.
Las buenas gentes de Kansas quieren
matarme y algún verdugo estará encantado de hacer el trabajo. Matar
es muy fácil, mucho más fácil que pasar un cheque falso. Recuerda
una cosa: yo conocí a los Clutter durante una hora quizá. Si de
veras los hubiera conocido, imagino que mis sentimientos serían
diferentes. Que me sentiría asqueado de mí mismo. Pero tal como fue
la cosa, era como disparar en un tiro al blanco de feria.