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domingo, 16 de diciembre de 2012

"azul" ~ krzysztof kieslowski ~ juliette binoche ~


Ambos están convencidos
de que los ha unido un sentimiento repentino.
Es hermosa esa seguridad,
pero la inseguridad es más hermosa.

Imaginan que como antes no se conocían
no había sucedido nada entre ellos.
Pero ¿qué decir de las calles, las escaleras, los pasillos
en los que hace tiempo podrían haberse cruzado?

Me gustaría preguntarles
si no recuerdan
-quizá un encuentro frente a frente
alguna vez en una puerta giratoria,
o algún "lo siento"
o el sonido de "se ha equivocado" en el teléfono-,
pero conozco su respuesta.
No recuerdan.

Se sorprenderían
de saber que ya hace mucho tiempo
que la casualidad juega con ellos,

una casualidad no del todo preparada
para convertirse en su destino,

que los acercaba y alejaba,
que se interponía en su camino
y que conteniendo la risa
se apartaba a un lado.

Hubo signos, señales,
pero qué hacer si no eran comprensibles.
¿No habrá revoloteado
una hoja de un hombro a otro
hace tres años
o incluso el último martes?

Hubo algo perdido y encontrado.
Quién sabe si alguna pelota
en los matorrales de la infancia.

Hubo picaportes y timbres
en los que un tacto
se sobrepuso a otro tacto.
Maletas, una junto a otra, en una consigna.
Quizá una cierta noche el mismo sueño
desaparecido inmediatamente después de despertar.
Todo principio
no es más que una continuación,
y el libro de los acontecimientos
se encuentra siempre abierto a la mitad.


"Amor a primera vista", Wislawa Szymborska



martes, 4 de diciembre de 2012

"un orgasmo y un café"


Salió tan apresurada y absorta del ascensor que la colisión frontal fue inevitable y el desconcierto mutuo. 
Levantó la mirada con la intención de pedir disculpas, pero tan sólo logró articular un débil: “lo siento”. Unos carnosos y sensuales labios esbozaron una leve sonrisa sin pronunciar palabra alguna, el encuentro de ambas miradas convocó una intensa oleada de calor que se concentró en su espina dorsal. Fueron tan sólo unas décimas de segundo, pero suficientes para turbarla; se apartó para dejar paso al resto de la gente y prosiguió su camino, no sin antes volver la cabeza, con la no confesada esperanza de verle por última vez. Ya no estaba.

En las horas siguientes, por más que lo intentó, fue incapaz de apartar de su mente la imagen de aquella incitante boca, cuanto más se esforzaba por olvidar lo sucedido más aumentaba su deseo y su excitación; sus ingles estaban húmedas y sus labios resecos de tanto morderlos; su apetito sexual se había despertado y necesitaba ser saciado: ¡ya!, en ese preciso instante.
Pero ¿dónde…?

Como empujada por un extraño resorte buscó la cafetería más cercana y se fue directamente al baño, cerró la puerta y con ella sus ojos: evocó mentalmente aquel encuentro mientras su mano derecha se deslizaba lenta por su vientre hasta topar con su excitado clítoris. La mano izquierda se enterró en su sujetador y sus dedos acariciaron y pellizcaron hábilmente su pezón; todavía recordaba cómo y dónde tocar, después de tanto tiempo. El dedo corazón de la mano derecha comenzó a moverse en círculos, lentamente, quería disfrutar, el contacto con aquel extraño había despertado en ella pasiones dormidas, olvidadas y dadas por muertas. Deseó besar sus labios, resbalar por el contorno de su carne, que sus salivas y sus lenguas se encontrasen; cuánto más pensaba en ello más se intensificaba su placer, sentía que el orgasmo pugnaba por estallar dentro de ella, pero lo frenó, deseaba disfrutar más de aquel momento. El deseo dominaba sobre la mente y comenzaba a proyectar imágenes y sensaciones como si de una película se tratase; aproximó su pelvis a la de él, y en este contacto sintió la firmeza de su miembro.


Sus dedos, empapados, respondían a unas desconocidas órdenes, ella ya no llevaba la batuta en aquella situación, se dejaba llevar. Un convulso y potente orgasmo le recordó que la bestia estaba tan sólo dormida.
Salió del baño con una contenida sonrisa de satisfacción dibujada en sus labios, se sentó a la mesa más cercana y pidió un café.