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lunes, 10 de diciembre de 2012

"bel ami" ~ guy de maupassant ~


París estaba desierto aquella noche, una noche fría, una de esas noches que se 
dirían más vastas que las demás y en que las estrellas están más altas y el aire parece 
llevar en su helado aliento algo que viene de más lejos que los mismos astros. 
En los primeros momentos ninguno de los dos hombres habló palabra. Al fin, 
Duroy, por decir algo, observó:  
–Ese Laroche-Mathieu parece muy inteligente y muy culto. 
El viejo poeta repuso: 
–¿Usted cree? 
El joven, desconcertado, vacilaba: 
–Sí. Desde luego, pasa por ser uno de los hombres más capacitados de la Cámara. 
–Es posible. En tierra de ciegos, el tuerto es rey. Toda esa gente, ¿sabe usted? es 
de una mediocridad que asusta, porque tiene el espíritu emparedado entre el dinero y la 
política. Son ignorantes con los que no se puede hablar de nada, de nada de lo que 
nosotros amamos. Su inteligencia está en el fondo de la ciénaga o, más bien, del albañal, 
como el Sena en Asnières. ¡Ay! ¡Es tan difícil hallar un hombre que encierre el espacio 
en su pensamiento, que nos dé la sensación de ese ancho aliento con que se respira a 
orillas del mar! Yo he conocido a algunos, pero todos han muerto. 
Norbert de Varenne hablaba con voz clara, pero contenida, que hubiera resonado 
en el silencio de la noche si la hubiese dado suelta. Parecía sobreexcitado y triste, con 
esa tristeza que cae a veces sobre las almas y las  hace vibrar, como la tierra bajo la 
helada.
–¡Qué importa, después de todo– continuó–, un poco más o un poco menos de 
genio, puesto que todo ha de concluir! 
Dicho esto, calló. Duroy, que aquella noche se sentía alegre, dijo, sonriendo: 
–Hoy todo lo ve usted negro, querido maestro. 
El poeta respondió: 
–Lo veo siempre, hijo mío, y usted lo verá como yo dentro de algunos años. La 
vida es una pendiente: mientras se sube, mirando a la cima, se siente uno feliz. Pero 
cuando se llega a lo alto, se ven de una ojeada el descenso y el fin, que es la muerte. Se 
va despacio cuando se asciende, pero muy de prisa cuando se baja. A la edad de usted se 
está siempre contento. ¡Espera uno tantas cosas que, desde luego, nunca llegan! A la 
mía no se espera ya nada..., más que la muerte.