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sábado, 8 de diciembre de 2012

~ alma mahler ~ "la novia del viento"


Pocas mujeres en la historia del arte han sido una fuente de inspiración tan notable y han influido en tantos hombres de talento como la compositora, pintora y musa vienesa Alma María Schindler, una de las mujeres más polémicas y fascinantes de la Europa contemporánea quien, desde su infancia, tuvo la suerte de vivir en un ambiente privilegiado en el que su padre, Emil Jakob Schindler, un hombre que aunque no mostró mucho talento como pintor, fue capaz de reunir en su casa a lo mas granado de la clase alta vienesa y a los mas renombrados artistas, bohemios y notables del ambiente cultural de la Viena de la transición entre los siglos XIX y XX.

En contra de lo que cualquier mujer de su época hubiera hecho, Alma Schindler supo romper con los estigmas que la sociedad imponía a la condición femenina y actuó siempre con libertad y sin represiones al exponer su opinión sobre cualquier tema por controvertido que fuera. Desinhibida en sus relaciones fue amante y fuente de inspiración de muchos poetas, pintores, músicos, escritores, científicos y hasta un sacerdote con los que mantuvo apasionados romances aunque tuviera que pagar a lo largo de su vida el alto precio de perder a varios hijos y nunca encontrar el amor definitivo que le hiciera sentir que su búsqueda había terminado.
La vida amorosa de Alma, mujer de singular y precoz belleza, comenzó a una edad muy temprana y le permitió conocer y relacionarse con importantes artistas, fundamentalmente músicos y pintores, tales como el pintor simbolista austríaco Gustav Klimt con quien Alma aprendió a besar por vez primera como mujer. En recuerdo de ello, y por lo que para Klimt significó la experiencia, el pintor la plasmó en un cuadro que tituló, precisamente, “El beso”, y cuya valoración actual se cifra en varios millones de dólares. A partir de entonces, la jovencísima Alma mantuvo muchas otras relaciones, más bien efímeras, entre las que destacan sus aventuras con el director teatral Max Burchkard y con su profesor de piano y compositor Alexander von Zemlinsky, entre muchas otras, hasta que, en 1902 contrajo matrimonio con el compositor y director de orquesta de origen judío Gustav Mahler, 20 años mayor que ella y con quien llegó a tener dos hijas: María y Anna.
Alma Mahler y su esposo, Gustav Mahler.
El amor entre Mahler y Alma siempre estuvo marcado por una serie de sentimientos paradójicos, plenos de contrastes y en los que la entrega y el desinterés, la lealtad y las infidelidades y la veneración y el menosprecio marcaron la pauta en una relación en la que el conservadurismo vienés y el progresismo (sobre todo por parte de Alma) que imponían los nuevos usos del recién estrenado siglo XX estuvieron siempre en pugna.
Si bien Gustav Mahler aseguraba amar profundamente a su esposa (hasta el extremo de dedicarle varias de sus composiciones y hacerle auténticos retratos musicales tal y como sucedió con su Sinfonía No. 5), su amor incluyó ciertos términos impuestos tales como la exigencia de que Alma renunciara a sus aspiraciones musicales (además de ser una buena pianista, Alma despuntaba como compositora de lieder) para que Mahler pudiera dedicarse exclusivamente a dirigir y componer (dos músicos no tenían cabida en su hogar, según el músico) mientras ella atendía a su familia, supervisaba las finanzas y ejercía como copista de las partituras y lectora de las pruebas de las obras de su marido. Si bien en principio Alma asumió esta imposición planteada por Mahler antes de que contrajeran matrimonio, finalmente se hastió de ejercer un papel que la hacía sentir prisionera en medio de una vida sin alicientes que sempiternamente giraba alrededor de la genialidad de su famoso esposo y la sumía cada vez mas en el tedio de una resignación forzada por la impotencia y las responsabilidades que contrajo tras el nacimiento de sus hijas.
Tras la repentina muerte de María, la hija mayor del matrimonio Mahler, como consecuencia de una difteria complicada, Alma quedó sumida en un apático y depresivo duelo que le hizo buscar refugio en un balneario de Tobelbad, cerca de Graz (Austria) donde conoció y se enamoró del joven arquitecto Walter Gropius, el mismo que años después fundaría la Bauhaus (una innovadora escuela de arquitectura que consiguió algo tan innovador para la época como fusionar arte y diseño industrial).
Mahler descubrió la infidelidad de su mujer a través de una carta de amor que, tal vez intencionadamente, Gropius escribió a Alma poniendo el nombre del compositor como destinatario en el sobre. Abatido y resignado ante su culpa asumida de que Alma se hubiera enamorado de otro hombre, Mahler, gravemente enfermo por una cardiopatía que le fue diagnosticada el mismo día del entierro de su hija, le suplicó a su esposa que se quedara con él en un desesperado intento por recuperar a Alma. El compositor manifestó de pronto un súbito interés por las composiciones de su mujer que antes siempre ignoró aunque para ella, enamorada de Walter Gropius, era ya demasiado tarde para cualquier intento por salvar su matrimonio aunque decidió no abandonar a su marido hasta que un año más tarde, en 1911, Gustav Mahler murió poco después de su gira como director orquestal en Estados Unidos, viaje en el que Alma permaneció siempre a su lado y del que regresó en unas deplorables condiciones de salud que presagiaban un desenlace fatal inminente.
Ya viuda de Gustav Mahler, Alma comenzó a trabajar con el biólogo y músico vienés Paul Kammerer con quien mantuvo una tortuosa relación en la que Paul, presa de la pasión y el arrebato que le produjo su enamoramiento de Alma, llegó a amenazarla con suicidarse disparándose un tiro frente a la tumba de Mahler si ella no accedía a casarse con él.
Después de que Alma consiguiera romper con el científico, su corazón volvió a ser libre, más no por mucho tiempo, pues conoció –en realidad ya lo conocía desde muchos años atrás, incluso antes antes de su matrimonio con Mahler- al pintor Oscar Kokoschka para quien posó varias veces en su estudio y quien en su famoso cuadro Der Windsbrauf (La novia del viento), plasmó plenamente el amor que llegó a sentir por Alma aunque su relación fuera también no solo atormentada sino también muy censurada por el conservadurismo de una sociedad vienesa siempre crítica con el comportamiento atrevido y reaccionario que Alma manifestó desde su adolescencia.
Tras la ruptura con el pintor, éste llegó a trastornarse de tal modo que mandó hacer una muñeca de tamaño real para recordar a Alma con todos sus detalles. Kokoschka, en su desesperación, acostumbraba ir a un teatro local llevando con él la famosa muñeca como si de Alma se tratara.
Temerosa ante las posibles consecuencias de esta desbordada pasión de su amante, Alma regresó con Gropius, con quien finalmente se casó en 1915 y tuvo una hija a la que pusieron por nombre Manon, quien fatalmente, y al igual que sucediera con su primogñenita del matrimonio con Mahler, murió de poliomielitis en plena adolescencia. El músico Alban Berg, gran amigo de Alma, compuso en memoria de Manon el famoso Concierto para violín y orquesta “A la memoria de un ángel” en el que, al mismo tiempo de su recuerdo por la joven muerta dejó plasmado el amor que también sentía por Alma.
En el fondo, Alma, pese a ser una mujer independiente, atractiva y apasionada, siempre fue un ser solitario en busca de un cobijo que, probablemente, nunca llegó a encontrar terrenalmente.
Al igual que ocurriera tantas veces en el pasado, su relación con Gropius también tocó fondo y finalmente se divorciaron en 1920. Ya para entonces el poeta y novelista Franz Werfel había conquistado el corazón de Alma y de esta relación nació un bebé que, de nuevo, por una extraña fatalidad que mas parecía una maldición, falleció a los diez meses como si un infausto destino persiguiera a Alma para malograr el fruto de sus amores.



viernes, 7 de diciembre de 2012

~ dora maar ~ "yo no fui la amante de picasso; él sólo fue mi amo"

"Autorretrato", Dora Maar, 1936.

Henriette Theodora Markovitch, más conocida como Dora Maar (1907-1997), artista plástica, pintora, fotógrafa y escultora francesa.
Dora Maar era una mujer muy independiente, nada convencional. Morena, alta, fuerte, de diálogo rápido y desenvuelto y voz grave; expresiones directas de carácter e inteligencia. De apariencia algo extravagante, usaba sombreros de la modista Elsa Schiaparelli y era dueña de unas manos impecables, rematadas en uñas pintadas de colores llamativos. Dora causaba sensación.
Vivió en Buenos Aires desde los 3 hasta los 16 años. En 1934 viaja a España, recorre la Costa Brava y visita Barcelona, una ciudad que la atrapó y de la que años después compartiría recuerdos con Picasso.
Inicia allí su etapa de fotografía social. Retrata la pobreza, la desesperación; algo diametralmente opuesto al glamour de sus fotos de moda. Poco después cambia de objetivo. Bataille le presenta a André Bretón y Dora Maar se adhiere al grupo surrealista, con el que comparte unos postulados que le vienen como anillo al dedo.

Quiere transformar el mundo, cambiar la vida, y participa entusiasmada con sus nuevos amigos. Por su cámara desfilan ellos y sus mujeres, retratados con una impresionante sensibilidad surrealista. Ubú, un monstruo ciego y suplicante, posiblemente un feo animal, se convierte en el ícono fotográfico del movimiento.
Picasso la conoce en 1936 en una mesa del café Deux Magots de París. Ella jugueteaba con una navaja. Hacía muescas en la mesa. A menudo se cortaba y la sangre brotaba a través de sus guantes negros con rosas bordadas. La escena causó tal impacto al pintor que inmediatamente quiso saludarla. Uno de sus amigos, Eluard, que la conocía, hizo las presentaciones. Picasso le habló en francés, pero ella respondió en español. Esa voz dulce, gutural y melancólica hablando el idioma de su niñez le hizo caer rendido a sus pies.
Se despidieron y él le pidió como recuerdo uno de aquellos guantes ensangrentados. A partir de entonces, Picasso la visitó a menudo e iniciaron una relación larga, intensa y apasionada. Siete años de vida en común en una de las épocas más dolorosas de Picasso. El estallido de la guerra civil en España, los horrores de la II Guerra Mundial y la ocupación de París, años en los que Dora Maar abrió nuevos campos a la actividad creadora de Picasso.

En agosto, meses después de su primer encuentro, Dora Maar fue invitada a pasar unos días en Saint-Tropez , en casa de su amiga Lise Deharme, miembro también del grupo surrealista, allí la visitó Picasso y allí se convirtieron en amantes. Una relación que no impidió que el pintor siguiera manteniendo contacto con la madre de su hija Maya durante todo el tiempo. Marie-Therésè sería su amante privada, mientras que Dora sería la pública.

Picasso empieza a dibujar a su amante. Dora conservó un dibujo del artista, fechado el 1° de agosto de 1936. En lápiz y tinta china, aparece ella, con abrigo y bolso, abriendo una puerta detrás la cual se encuentra un barbudo patriarca totalmente desnudo con su perro Kafbek en el regazo. A partir de entonces, Dora se convierte en una musa del pintor. Al principio de su relación, la imagen que pinta Picasso de Dora está llena de dulzura. Después, la torturará y la deformará creando una serie de mujeres llorando que han pasado a la historia de la pintura como uno de sus grandes períodos pictóricos.
En el cuadro del Guernica aparecen cuatro mujeres entre los escombros del bombardeo, todas con la boca abierta por un grito de terror, las cuatro mujeres son la misma, Dora Maar, la amante de Picasso en aquel tiempo. Hay un detalle añadido: los ojos del toro erguido en el ángulo izquierdo también son los de Dora Maar, que en la realidad eran de un azul pálido y algún psicoanalista lacaniano sabrá explicar el significado de un toro con ojos de mujer, que a su vez son idénticos a los del guerrero, cuyo cuerpo se halla destrozado en la base del cuadro.

Mientras el Guernica tomaba la forma definitiva, alrededor del lienzo se había establecido otra suerte de bombardeo, que causó una catástrofe amorosa. En el ático entró un día la dulce y paciente Marie Thérèse Walter y se enzarzó a gritos con Dora Maar. Con insultos que se oían desde la calle, le echó en cara el haberle robado a su amante, al que ella había dado una hija. A esta escena violenta de celos se unió Olga, la compañera legal, y mientras las tres mujeres gritaban, Picasso seguía alegremente pintando el Guernica, muy divertido. Esta reyerta explosiva se hizo famosa en el Barrio Latino. El día 26 de abril de 1937, cuando el cuadro ya estaba casi terminado, sucedió el espantoso bombardeo de Guernica por la Legión Cóndor. En homenaje a esa villa bilbaína, donde se conservaban los símbolos de un pueblo vasco, Picasso tituló el cuadro con su nombre. A partir de ese momento el Guernica se convirtió en un cartel universal contra la barbarie.
La batalla la había ganado Dora Maar. Ese mismo verano de 1937 se les ve muy felices en las playas de Antibes en compañía de otros seres maravillosos, desnudos en sillones y hamacas, Nush y su marido Éluard, Man Ray y su novia Ady, bailarina de Martinica, Lee Miller y Rolland Penrose, Jacqueline Lamba y André Bréton. Jugaban a intercambiarse los nombres y las parejas a la hora de la siesta y el más vanguardista en el sexo también era Picasso, que, según contaba Marie Térèse, solía practicar la coprofagia con sumo arte.
John Richardson, biógrafo de Picasso y uno de los pocos amigos de Dora, recogió una frase genial de Maar: “Cuando Picasso cambia de pareja, cambia de estilo de pintura”.
Hundido tras conocer las noticias sobre la guerra civil española, sólo encuentra consuelo en su compañera. Lo comparten todo, hasta el estudio. Dora convence a Picasso y se trasladan a uno más grande, en la Rue des Grands Augustins , en París. Allí, lleno de cólera por los bombardeos alemanes sobre la población civil española, Picasso pintó el Guernica y Dora fotografió una por una las fases de la creación del cuadro en el que ella aparece como la mujer llorando que sujeta la lámpara. Su rostro refleja toda la soledad y depresión de aquella época.
En 1943 se produce un giro inesperado. Picasso conoce a François Gilot, 20 años más joven que Dora y 40 que Picasso. Dora Maar se consume por los celos. Siguieron viéndose esporádicamente hasta 1946, fecha en la que rompieron definitivamente. Picasso le regaló como despedida una casa en Ménerbes, en la Provenza francesa. Dora Maar, herida en lo más profundo, sufrió una grave depresión y tuvo que internarse en un hospital psiquiátrico. Picasso fue cruel, comentó que Dora siempre había estado trastornada: “La dejé por miedo. Dora ya estaba loca mucho antes de que enloqueciera de verdad”.
Cuando mejoró, Dora entró en una fase mística y se recluyó en su casa de París con sus recuerdos y las obras de Picasso. Murió en 1997, a los 90 años, dejando para la posteridad la frase lapidaria que define su relación con Picasso: "después de Picasso, sólo Dios".

"Portrait of Nusch Éluard" (Maria Benz), by Dora Maar.

"Dora Maar", by Man Ray (1936).

"Portrait of Dora Maar", by Picasso.


"Después de Picasso, sólo Dios", Dora Maar.