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domingo, 6 de enero de 2013

"el tirachinas"


Se tumbó boca arriba sobre el colchón, apoyó la nuca sobre uno de sus brazos y dejó que la mirada vagara por el techo de la estancia recorriendo su perímetro. Una anodina bombilla pendía de un solitario cable desde el ¿centro?, sí, eso parecía. En torno a tan desoladora compañía, una espesa y sucia tela de araña vestía con encaje a la desnuda damisela. Seguro que la artífice de tamaña obra estaría oculta en sus aposentos, al acecho de que algún incauto insecto cayera presa de sus redes.

Aquella visión le condujo, sin pretenderlo, al ático de los recuerdos. Descorrió el telón, y sobre el escenario apareció un mozalbete de unos trece años, asomado a la ventana de su habitación admirando el sublime canto y majestuoso plumaje de un pájaro que, día sí y día también, se posaba sobre la misma rama del árbol que se alzaba ante la fachada de su casa. Su presencia, que duraba escasos instantes, era un regalo para los oídos y la vista; y él, siempre ufano, cuando se sabía centro de atención de la mirada del muchacho, levantaba el vuelo y desaparecía hasta el día siguiente.

La admiración se tornó en un obsesivo afán de posesión, ya no se conformaba con aquellos momentos de exquisito placer con los que le deleitaba el ave, quería más: soñaba tenerla con él y para él, siempre.

Anhelaba ser su dueño.

Dando por hecho que conseguiría su objetivo invirtió todos sus ahorros en la compra de una gran jaula y en acondicionarla para su futuro huésped.
Ahora, el próximo paso era preparar una trampa para cazarlo y así poder alojarlo en su nuevo hogar.
Lo intentó de una y mil formas, pero todo fue en vano. Una de dos: o él era demasiado lerdo o el maldito pájaro extremadamente astuto. Y, mal que le pesase, la evidencia se inclinaba por la segunda alternativa.

La frustración de no lograr lo que daba por hecho y de fácil consecución se volvió en su contra como arma arrojadiza. Cual veneno se mezcló con su sangre y contaminó su cerebro.
“Si no puedo tenerte, morirás”, vomitó para sus adentros desde el púlpito de la rabia.

Y llegó un nuevo día, y de su mano el fatal desenlace. La hora de la cita se aproximaba, él, como siempre, asomado a la ventana esperaba su aparición. Un brazo apoyado sobre el alféizar, el otro oculto tras la espalda, y la mano sobre un pequeño objeto que previamente había introducido en el bolsillo trasero izquierdo de su pantalón.

Puntual a su cita, acudió. Se posó en la misma rama, la de siempre. No había trampas ni engaños. Se confió, y decidió obsequiar al muchacho con su más bello canto.
Un certero golpe lo silenció para siempre, y con él la visión de tan hermoso ejemplar.

Su habilidad y excelente puntería con el tirachinas eran bien conocidas en todo el barrio. Muchos la habían padecido, otros tantos aplaudido. Ese día tampoco falló. Mató al pájaro y con el tiempo se dio cuenta de que también habían muerto dentro de él la ilusión de la espera, el placer de escucharle, de verle, de disfrutar de una belleza que no estaba concebida para ser poseída.

La puerta de la celda se abrió y con ella se cerró el telón de los recuerdos.
No estaba allí por haber matado a un pájaro, claro que no.

A Laura sí había logrado seducirla, 
conquistarla y cazarla. Y en una jaula la encerró, porque la quería sólo para él. No deseaba compartirla con nadie. Y ella se confió: confundió la posesión, la obsesión enfermiza de él por controlar su tiempo, dónde estaba, y con quién estaba, con el amor. Lejos estaba de serlo; mas no supo, no pudo o no quiso verlo.

Hasta que un buen día, ella enfermó de tanta posesión y decidió volar. Quiso ser libre, no ser de nadie, ser de ella y para ella. Las jaulas, aunque sean de oro, son jaulas.
Y el mismo pensamiento que acudió a la mente de él cuando no pudo capturar al pájaro se repitió con su mujer: “si no puedo tenerte, morirás.”
Esta vez no utilizó el tirachinas, una certera puñalada en el corazón cercenó su vuelo y su vida.

Ahora era él quien estaba tras los barrotes de una jaula.
La puerta de la celda se cerró de nuevo y la luz de la anodina bombilla se apagó. Era de noche, fuera de la cárcel y dentro de ella. Lugar solitario.




martes, 1 de enero de 2013

"demian" ~ hermann hesse ~


"Quien quiera nacer, tiene que destruir un mundo."

Demian

“...He sido un hombre que busca y lo soy aún, pero no busco ya en las estrellas ni en los libros: comienzo a escuchar las enseñanzas que mi sangre murmura en mí. Mi historia no es agradable, no es suave ni armoniosa como las historias inventadas; sabe a insensatez y a confusión, a locura y a sueño, como la vida de todos los hombres que no quieren mentirse más a sí mismos...” 

"Los sentimientos primordiales, incluso los más violentos, no iban contra el enemigo; su obra sangrienta tan solo era una irradiación de lo interno, del alma disasociada y dividida, que quería enfurecerse y matar, aniquilar y morir para nacer de nuevo."

“Lo que Demian había dicho sobre Dios y el diablo, (...), era exactamente mi propio pensamiento, mi propio mito, mi concepción de los dos mundos: el luminoso y el oscuro. El descubrimiento de que mi problema era un problema de todos los hombres, un problema de toda vida y todo pensamiento, se cernió de pronto sobre mí como una sombra divina, y me sentí penetrado de temeroso respeto al advertir cuán profundamente participaban mi propia vida y mi pensamiento personal en la corriente eterna de las grandes ideas.”

“Hay muchos caminos por los que Dios puede llevarnos a la soledad y conducirnos a nosotros mismos. (...) Hay sueños así en los que yendo hacia el palacio de la princesa encantada se queda uno atascado en un lodazal(...) Así me sucedió a mí, y tal fue el proceso nada bello que me estaba destinado cumplir para llegar a la soledad e interponer entre el paraíso de mi niñez y yo una puerta vedada. (...) Fue un comienzo, un despertar de la nostalgia de mí mismo.”

"Demian", Herman Hesse.



lunes, 31 de diciembre de 2012

"el corazón de las tinieblas" ~ joseph conrad ~


Decía Borges que los buenos autores influyen no sólo en el futuro sino también en el pasado, y en este caso la película sirvió para rescatar este relato breve, de apenas cien páginas.

"El corazón de las tinieblas", Joseph Conrad. 
Obra en la que basa la película: "Apocalypse Now", F. F. Coppola.

"Vosotros sabéis que odio, detesto, me resulta intolerable, la mentira, no porque sea más recto que los demás, sino porque sencillamente me espanta. Hay un tinte de muerte, un sabor de mortalidad en la mentira que es exactamente lo que más odio y detesto en el mundo, lo que quiero olvidar. Me hace sentir desgraciado y enfermo, como la mordedura de algo corrupto."

"He luchado a brazo partido con la muerte. Es la contienda menos estimulante que podéis imaginar. Tiene lugar en un gris impalpable, sin nada bajo los pies, sin nada alrededor, sin espectadores, sin clamor, sin gloria, sin un gran deseo de victoria, sin un gran temor a la derrota, en una atmósfera enfermiza de tibio escepticismo, sin demasiada fe en los propios derechos, y aún menos en los del adversario. Si tal es la forma de la última sabiduría, la vida es un enigma mayor de lo que alguno de nosotros piensa. Me hallaba a un paso de aquel trance y sin embargo descubrí, con humillación, que no tenía nada que decir."

"Yo levanté la cabeza. El mar estaba cubierto por una densa faja de nubes negras, y la tranquila corriente que llevaba a los últimos confines de la tierra fluía sobríamente bajo el cielo cubierto... Parecía conducir directamente al corazón de las inmensa tinieblas."