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jueves, 6 de diciembre de 2012

"hastío"


Se levantó de la cama y se encaminó hacia el baño. Apoyó las manos sobre el borde del lavabo y escupió todo el semen que inundaba su boca. Él yacía tranquilo y exhausto, sabía muy bien cómo complacerle y extraer todos sus jugos. Ya no le importaba ceder su cuerpo como receptáculo para proporcionarle el placer que deseaba y necesitaba casi a diario.
Abrió el grifo y enjuagó la boca con un poco de agua para eliminar los restos de tan pegajoso fluido.

Alzó la mirada hacia el espejo y en su reflejo encontró a una desconocida. ¿Quién eres?, preguntó. El silencio fue la única respuesta que obtuvo.
Navegó en el tiempo y fue en busca de la otra: aquella mujer pretérita que disfrutaba sintiendo cómo se deslizaba su espeso elixir a través de su garganta. Aquella que succionaba su sexo con fruición hasta el éxtasis mutuo, que abría sus puertas para que él penetrase dentro de su carne, aquella que se dejaba beber, tocar, acariciar, porque lo amaba y lo deseaba. Y había reciprocidad y complicidad entre ambos cuerpos. Aquella que entregaba el cuerpo y el alma, que daba placer a raudales y también lo recibía en la misma medida.

Ahora tan solo quedaban cenizas, apenas unos rescoldos que ni tan siquiera alcanzaban a arder bajo el soplo del fuelle del cariño, del tiempo compartido, de los buenos y malos momentos vividos. Vivía inmersa en una inercia existencial que la estaba vampirizando.
Follaba con él cuando no quedaba más remedio: para evitar reproches, para no sentirse culpable de no desearlo. Se preguntaba si aquello sería pasajero, pero estaba durando demasiado, no podía seguir engañándose más. Permanecer así más tiempo, en esa agónica situación y bajo esa falsa excusa, era prolongar una muerte anunciada.

Regresó a la habitación. Él dormía plácidamente, saciado de placer y de sexo. Evitando hacer ruido, abrió la puerta del armario, agarró una pequeña maleta y 
su neceser, los llenó con alguna ropa y cosas personales. Se vistió y, maleta y neceser en mano, se fue de su vida y de aquella casa para siempre.
En el espejo del baño había encontrado el motivo por el cual debía irse: hastío.