“Una fotografía es un secreto sobre un secreto, cuanto más te cuenta menos sabes.”
Diane Arbus
“Yo estaba en un enorme, estupendo y vistoso hotel que estaba ardiendo, condenado, pero el fuego se expandía tan lentamente que la gente podía huir libremente. Yo no podía ver el fuego, pero el humo estaba cubriendo ligeramente todo, especialmente las luces. Terriblemente bonito. Yo tenía prisa e intentaba fotografiar muy aterrorizada. Iba hacia nuestras habitaciones para coger lo que tenía que salvar y por algún motivo no lo podía encontrar. Mi madre estaba cerca, tal vez en la siguiente habitación. Yo no sabía que es lo que estaba mirando, que es lo que tenía que salvar,con qué rapidez el edificio se derrumbaría, qué debo hacer, cuánto tiempo debo seguir tomando fotos. Quizás no tenga película, o no pueda encontrar mi cámara. Me interrumpen constantemente. Todo el mundo está ocupado deambulando por los alrededores, en silencio y lentamente. Los ascensores son de oro. Es como el Titánic hundido… estoy encantada, pero ansiosa y confundida, no puedo llegar a fotografiar. Mi vida pasa por delante de mis ojos. Es un tipo de calma con un éxtasis bloqueante y terrorífico, como cuando llega el bebé y el médico te pide que aguantes porque ellos no están preparados. Estoy casi vencida por el placer, pero abrumada por las interrupciones de él. Hay cupidos esculpidos en los techos. Quizás seré incapaz de ser fotografa si salvo algo, incluyendo a la cámara y a mi misma. Estoy extrañamente sola a pesar de estar rodeada de gente. Ellos continúan desapareciendo. Ninguno me dice que tengo que hacer, pero me preocupo por miedo a abandonarlos o por no hacer algo que supuestamente debo hacer. Es como una emergencia en cámara lenta. Estoy en el ojo de la tormenta.”
En
la biografía de la fotógrafa realizada por Bosworth (2006) se
explica una situación que Diane vivió en su infancia y que
ilustraría posiblemente este sueño y también la dificultad que
tienen muchos fotógrafos para dejar de mirar y actuar:
“… Renée,
la hermana pequeña de Diane, insistía en tener una luz encendida en
su habitación durante toda la noche. Una vez, alrededor de las
cuatro de la madrugada, la pantalla de la lámpara se incendió y el
señor Nemerov – el padre de ambas – tuvo que acudir corriendo a
apagar las llamas. Diane no se movió y, acurrucada sobre las
almohadas en medio de la oscuridad violácea, escucho el ajetreo y
los gritos” (pag. 45)
A Diane
le asustaba y le atraía a la vez la gente poco ordinaria: sujetos
discapacitados, enanos, nudistas, prostitutas, casi tanto como lo
hacían la alta sociedad a la que ella pertenecía. Tal vez por ello
esos fueron algunos de sus temas favoritos. Retratándolos los
asimilaba, al mismo tiempo que los mantenía lejos, separados. Como quien exorciza a sus demonios.
Curiosamente
Diane Arbus y Kevin Carter se suicidaron, tal vez no soportaron la
terrible barrera que los fotógrafos superponen entre la realidad
del mundo y la nuestra, la imaginada. Dicen que Diane, cuando se
suicidó, realizó fotos de ella en la bañera desangrándose, llena
de barbitúricos. En caso de que esta información sea veraz, se
puede llegar a la conclusión de que incluso en ese momento ella
necesito situar la máscara sobre sus ojos. De esta forma, su mirada
estuvo enmascarada hasta el último minuto de su vida.