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viernes, 21 de diciembre de 2012

"insignificancia y esclavitud"

"hombre enmarcado", barcelona, agosto 2007.

Ciertamente el ser humano es insignificante y esclavo, lo es. Nuestra minúscula presencia, en un no menos minúsculo planeta, es ridícula comparada con todo lo inconmensurable que hay más allá de nuestras fronteras terrenales.
Aun así vamos de “sobrados” por la vida, ¡ja!

Hasta que un buen día nos topamos frente a frente con nuestra vulnerabilidad y nos damos de bruces contra ella, oímos cómo se resquebraja y hasta cómo se hace añicos. Es entonces que nos bañamos en el lago de la humildad y el mar del arrepentimiento. Ungimos el cuerpo con promesas y buenos propósitos, purificamos el alma con la sal de nuestras lágrimas, y secamos el pozo de nuestros pecados con lamentos. Bebe el miedo de tan sabroso caldo, crece y se hace fuerte, arrogante asoma dispuesto a someter nuestra voluntad arropado por sus acólitos: los fantasmas. De ahí a la esclavitud, un paso.

Nacemos puros y morimos habiendo sido esclavos de los más tiranos amos y señores: del tiempo, de las normas, de los prejuicios, de la ambición, de la moral, de la religión, del miedo, de la cobardía, del poder, de la imagen, de la comodidad, del bienestar: del dinero, de su ausencia, de su abundancia, y es que… son tantas las argollas que nos atenazan, que ya son legión.
Y todas son autoría nuestra, ahí es nada.
"El sueño de la razón engendra monstruos", pronunció acertadamente Goya.
Volvamos pues, de vez en cuando, la mirada hacia el mundo animal; tal vez no razonen ni sueñen, pero sabios lo son un rato.  



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