No sé si soy yo la que se sube a diferentes vagones, o siempre viajo en el mismo, y lo único que cambia es el paisaje que contemplo a través de la ventana y los pasajeros que comparten trayecto conmigo. Bastantes son los que se apean un par de estaciones más allá de donde han subido, algunos continúan algo más lejos, y tan solo alguno(s) -cada cierto tiempo- decide(n) no bajarse y compartir asiento conmigo. Todos dejan algo: olvidable y no olvidable. También se llevan consigo algo más de lo que traían. Trenes que se cruzan a diario sin rozarse, tan solo una estela de aire dejan a su paso, algunos hasta sin aire te dejan. Vagones que se desenganchan y cambian de vía, y hasta de dirección y trayecto.
En una noche oscura con ansias, en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura! salí sin ser notada, estando ya mi casa sosegada. A oscuras, y segura, por la secreta escala disfrazada, ¡Oh dichosa ventura! a oscuras, y en celada, estando ya mi casa sosegada.
En la noche dichosa en secreto, que nadie me veía, ni yo miraba cosa, sin otra luz y guía, sino la que en el corazón ardía.
Aquésta me guiaba más cierto que la luz del mediodía, adonde me esperaba quien yo bien me sabía, en parte donde nadie parecía.
¡Oh noche que guiaste! ¡Oh noche amable más que la alborada: oh noche que juntaste Amado con Amada. Amada en el Amado transformada!
En mi pecho florido, que entero para él sólo se guardaba, allí quedó dormido, y yo le regalaba, y el ventalle de cedros aire daba.
El aire de la almena, cuando yo sus cabellos esparcía, con su mano serena en mi cuello hería, y todos mis sentidos suspendía.
Quedéme, y olvidéme, el rostro recliné sobre el Amado, cesó todo, y dejéme, dejando mi cuidado entre las azucenas olvidado.