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jueves, 31 de octubre de 2013

{ el vecino }



Entró en el solitario ascensor. Pulsó el botón que marcaba el 4, y la máquina, obediente, comenzó su ascenso. Apenas unos segundos más tarde se detuvo en destino. Justo en el mismo momento que ella salía al rellano, el vecino que vivía justo enfrente hacía lo propio. Casi se toparon de bruces. Ella, cargada con bolsas de la compra, dio un respingo; él, con una maleta de viaje, maletín y un abrigo ocupando sus manos, no supo qué decir. Sus miradas se encontraron durante unos escasos segundos. Apresurado se disculpó y con rapidez se introdujo en el ascensor.

¡Caramba, al fin te conozco!, pensó ella.

Llevaba dos meses viviendo en aquel piso y todavía no conocía a ninguno de los vecinos de su planta. Lo único que sabía del vecino con el que acababa de toparse era que tenía una vida sexual muy, pero que muy activa. Sus dormitorios eran contiguos, pared con pared, e intuía que la cabecera de ambas camas se apoyaban contra la susodicha.
En más de una ocasión y ante la imposibilidad de dormir, dado el revuelo sexual que al otro lado tenía lugar, había optado por pasar la noche en el sofá.

Se oía de todo: jadeos, frases en voz baja pero fácilmente descifrables, y, sobre todo: el ritmo. Hubo noches que las dedicó a adivinar cuándo terminaría la faena. Cuando el movimiento se aceleraba, había orgasmo. Fin, a dormir.
Aunque esas eran las menos de las veces, pues siempre repetía, dos, tres… y así, una y otra vez hasta bien entrada la tarde del día siguiente.
¡Qué máquina el tipo! ¡coño!, que una no es de piedra. Además, su vida sexual, desde hacía no sabía ya cuánto, estaba bajo mínimos, mejor dicho era inexistente.

Introdujo la llave en la cerradura, abrió la puerta y entró. Se detuvo un instante en el recibidor y recordó lo sucedido al salir del ascensor: “pues sí que es atractivo el puñetero”.
Pasaron los días, y la anécdota cayó en el olvido.  Volcada en su trabajo y viajando mucho, aquel mes había sido demoledor, muchas reuniones y proyectos a desarrollar.

¡Por fin en casa!, suspiró cuando cerró la puerta tras de sí. Dejó las maletas en el suelo y lo primero que hizo fue subir persianas y abrir ventanas, necesitaba aire fresco.
Hecho esto, el paso siguiente era una buena ducha. El baño de su habitación daba a un patio interior y la ventana del mismo estaba justo enfrente de la de su vecino, las ventanas de sus dormitorios pegadas la una al lado de la otra, todas formando una U.

Estaba a punto de entornarla cuando reparó que enfrente, también en el baño y con la ventana cuasi abierta, alguien se estaba desnudando. Era él. Instintivamente se apartó y se arrimó a la pared para no ser vista. No pudo evitar volver a asomarse, despacio y con el temor de ser pillada in fraganti.
Tenía un cuerpo hermoso y deseable.
Se estaba excitando y no se daba cuenta. Aquella visión había despertado su aletargado apetito sexual.

Se atrevió a asomarse un poco más, y justo en ese instante él giró la cabeza hacia ella.
Su presencia había sido descubierta, ya no sabía si estaba colorada por la vergüenza o por la excitación, el caso es que lejos de apartarse permaneció allí, inmóvil y nerviosa.
Ella sabía que él era consciente que lo estaba mirando. Entendió su juego. Se introdujo en la ducha y comenzó a enjabonar su cuerpo. Aquello la turbó por completo. No pudo evitar que sus manos comenzaran a viajar por su cuerpo. Si él se acariciaba el pecho, ella le respondía haciendo lo propio acariciando sus pezones; la estaba invitando a imitar sus gestos.
Las manos de él se encontraron con su miembro, jugaron, resbalaron sobre él con el jabón y la excitación no solo creció en ella. La erección de él era más que evidente.
Su mano derecha bajó en busca de su clítoris, húmedo, excitado y caliente. Sentía que estaba a punto de estallar de placer.

Él en ningún momento había vuelto la mirada hacia ella. Continuaba con su juego, provocador y sabedor de lo que estaba sucediendo al otro lado. Su mano derecha agarró con precisión su miembro y comenzó a seducirse, a jugar, a danzar, ora rodeaba el glande con dulzura, ora su mano subía y bajaba por su geografía. Al principio más lento, ahora más rápido. Ella le seguía, no podía apartar la mirada de aquella visión, estaba como hipnotizada.

De repente, él se detuvo. Salió de la bañera, cerró la ventana y desapareció. Ella se quedó durante un rato pegada a la pared, desnuda, húmeda e inmóvil, sin saber qué hacer ni qué pensar.

El sonido del timbre de la puerta la devolvió a la realidad. De un sobresalto y desorientada echó mano del albornoz y se encaminó hacia la entrada. Acercó sus ojos a la mirilla y… allí estaba él. 

¡Dios! y ahora... ¿qué hago?

Apartó la cabeza, respiró hondo y le abrió la puerta. Entró arrollador, y sin pronunciar palabra alguna le arrancó el albornoz, la izó en brazos y la condujo al dormitorio. La besó y la acarició como ya no recordaba que se podía hacer ni sentir.
Allí follaron, gozaron y se devoraron el uno al otro sin compasión, ni horas contadas.
Ya nunca más tuvo que dormir en el sofá, ella se convirtió en la protagonista de todos sus revuelos sexuales.


Cártobas NicOh




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