"Una poetisa muerta de cáncer en su juventud había dicho en uno de sus poemas que para ella, en las noches de insomnio, "la noche ofrece sapos, perros negros y cadáveres de ahogados". Era un verso que Eguchi no podía olvidar. Al recordarlo ahora se preguntó si la muchacha dormida -no, narcotizada- de la habitación contigua podría ser como el cadáver de un ahogado; y vaciló un poco en acudir a su lado. No le habían dicho cómo la sumían en el sueño."
"El hombre, a pesar de las apariencias, no inventa metas. El tiempo, la época, se las imponen. El hombre puede someterse a una época o sublevarse, pero el objeto aceptado o rechazado le viene siempre del exterior. Todos sabemos que somos seres materiales, sujetos a las leyes de la física y la fisiología, y toda la fuerza de nuestros sentimientos no puede contra esas leyes. ¿A qué entonces esperar el retorno de esa persona desaparecida? La fe inmemorial de los amantes y los poetas en el poder del amor, más fuerte que la muerte, el secular finis vital sed non amoris es una mentira, inútil y dolorosa. ¿Resignarse entonces a la idea de ser un reloj que mide el transcurso del tiempo, y cuyo mecanismo tan pronto como el constructor lo pone en marcha engendra desesperación y amor? ¿Resignarse a la idea de que todos los hombres reviven antiguos tormentos, tanto más profundos cuanto más se repiten, volviendo siempre sobre los mismos temas sin llegar nunca a acercarse lo más mínimo a la solución? Quizá eso es lo que nos queda, pero sin embargo, todos esos pensamientos tienen que tener cierto propósito, y la ínfima posibilidad de llegar a conocerlo es lo que nos mantiene con vida…"