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domingo, 27 de octubre de 2013

#una larga espera



Una ráfaga de viento empujó con fuerza la entreabierta ventana y la madera gimió al golpearse contra la pared. Aquel sonido sordo y seco hizo que se despertara sobresaltada. Se incorporó sobre la cama, y al comprobar la causa se sintió menos inquieta. El aire, invasor, era cálido y espeso, anunciaba tormenta y lluvia. Descalza se dirigió hacia la ventana para cerrarla, estaba a punto de encajar ambas hojas cuando el silencio se rompió con un leve quejido que semejaba un llanto. Se detuvo y agudizó el oído, tal vez fuese imaginación suya o el maullar de algún gato callejero. Pero no, no, alguien estaba llorando bajo su ventana, ahora estaba segura.

Se asomó, mas no vio a nadie. El voladizo que sobresalía de la pared, sobre la puerta de salida hacia la playa, ocultaba su identidad. Se aventuró a preguntar: “¿quién está ahí?, ¿hay alguien?”, no recibió respuesta alguna.


Agarró el chal que había dejado sobre la mecedora, se cubrió con él y se encaminó hacia la puerta. El miedo soplaba en su nuca, sentía su gélido aliento; aun así descorrió los cerrojos de la puerta y, con cautela, la abrió lentamente, al tiempo que su mirada recorría con avidez el espacio que se iba mostrando ante ella, tratando de identificar alguna forma humana. Inspiró profundo y se atrevió a salir. Entornó los ojos para escudriñar el horizonte, a izquierda y derecha; y, de nuevo, nada. Dirigió entonces su mirada hacia la playa y, a lo lejos, caminando hacia el mar, la divisó. Era una mujer, e iba vestida con, lo que parecía, un blanco camisón. El viento lo agitaba con fuerza, tal parecía una nívea bandera amarrada a un mástil humano. Mascarón de proa de una nave fantasma.


Con grandes zancadas fue recortando el espacio que mediaba entre ambas. Estaba casi a su altura cuando la mujer se giró hacia ella. El rostro, oculto bajo sus manos, estaba arrasado en lágrimas. Unas apenas audibles palabras manaban de su garganta. Se acercó a ella. Le preguntó qué le pasaba, qué hacía allí a esas horas, si podía ayudarla. La mujer, sin apartar las manos del rostro y sumergida en un llanto convulso, pronunciaba sin cesar: ¡¡¡Marina... Marina, mi niña, ¿dónde estás...?!!!


No sabía qué hacer, aquella mujer no atendía a razones, estaba totalmente fuera de sí. Se giró y echó a correr hacia la casa. Llamaría por teléfono a la policía. Se detuvo en seco y se volvió a mirar hacia la playa, temía que pudiese cometer alguna locura, como adentrarse en el mar y ahogarse. Sus pies se petrificaron sobre la húmeda y apelmazada arena ¡Ya no estaba, había desaparecido! Se adentró desesperada en el mar buscando la figura blanca. Era del todo imposible que la mujer pudiese haberse ahogado en los apenas cinco segundos que había tardado ella en girarse. No podía dar crédito a lo que estaba sucediendo. 


Se lanzó como una posesa a por el teléfono. La policía se presentó en el lugar. Dos embarcaciones peinaron la zona hasta bien entrado el amanecer. Fue en balde. No hallaron rastro alguno de ser humano, ni tan siquiera algún jirón de su ropa flotando en la superficie. Nada.

Tuvo la extraña sensación, por como la miraban, que comenzaban a dudar de sus palabras, como si todo aquello hubiese sido un macabro juego urdido por su solitaria y atemorizada mente ante la poderosa tormenta que amenazaba con desatarse.

Se introdujo en la casa y se acostó. Necesitaba dormir y reposar, seguro que tras un reparador sueño su mente estaría más lúcida para enfrentarse con frialdad a lo sucedido.

Como así fue.

Sabía a quién dirigirse, allí encontraría respuestas, seguro. Cruzó la calla y caminó la distancia de tres casas más arriba de la suya. Con decisión golpeó un viejo aldabón en forma de puño amenazador, suspendido sobre una gruesa puerta de madera pintada de color verde alga.

En respuesta a su llamada se abrió cual cueva a las palabras mágicas, a través de ella asomó una menuda y aparentemente frágil anciana, que, al reconocerla, desplegó una amplia sonrisa sobre unas desnudas encías. La invitó a pasar.

Relató con detalle los acontecimientos de la noche anterior. A medida que avanzaba la historia la mirada de la anciana se tornaba sombría y sus finos labios dibujaban un desconcertante rictus sobre su rostro; asentía en silencio con la cabeza, al tiempo que sus manos se entrelazaban sobre su regazo, como buscando calor y apoyo la una sobre la otra, a modo de reflexión.

Un inquietante silencio se instaló entre ambas mujeres. La una estaba a la espera de respuestas, la otra dudando si abrir o no las puertas de la verdad.

Por fin se decidió, sí, ya era hora de hacer algo, si es que se podía. ¿Por qué no intentarlo?
Y la respuesta llegó a ella.


La mujer que viste anoche, comenzó la anciana, no era humana. Está muerta. Hará de eso casi cien años. Se ahogó en el mar con Marina, su hija de quince años. Se aparece todos los años, la misma noche que murieron ambas ahogadas, un veintitrés de agosto. Y así comenzó el relato de la historia...

Aquel verano fue caluroso hasta el martirio, y aquella noche la más tirana de todas. Madre e hija, que vivían, por cierto, en la misma casa que tú habitas, salieron para darse un baño. Ajenas a todo estuvieron largo rato jugando en la arena, por lo que no advirtieron que durante ese tiempo se habían gestado amenazadoras nubes cargadas de electricidad y poderosa lluvia. El mar, apacible hasta entonces, se removió furioso en sus entrañas ante la provocación suspendida sobre él. Marina y su madre, decidieron darse un baño, estaban sofocadas. Ambas eran buenas nadadoras y se retaron a un duelo de distancia.

Y la tormenta estalló y con ella la rebelión del mar. Y en medio de ambos contrincantes, aquellas mujeres luchaban por alcanzar la orilla. La feroz lucha que sostenían el mar y el cielo las devoró a las dos. A Marina nunca la encontraron y el cadáver de su madre fue hallado sobre unas rocas a la mañana siguiente. Su larga melena estaba atrapada entre ellas cual oscura alfombra de algas mecida con sensualidad por la corriente marina.

Desde entonces vaga por la orilla del mar en busca de su hija; hasta que la encuentre, hasta que se encuentren, no descansarán en paz. Ninguna de las dos.
Abandonó la casa de la anciana. Ahora tan solo tenía que esperar paciente a que transcurriese el tiempo. Y los días cayeron, uno tras otro; las estaciones duraron lo que tardaba la siguiente en aparecer.


Una vez más era veintitrés de agosto, y de nuevo la noche, como venía sucediendo cada año, tejía la batalla que se desataría entre el mar y el cielo.

Salió de casa y encaminó sus pasos hacia la playa, firmes, con decisión; como si desfilara por una pasarela de arena.

Llegó hasta la orilla, se detuvo para sentir cómo el mar besaba sus dedos y luego prosiguió su camino, hacia adelante, hacia su interior.
Cuando ya no tocaba fondo extendió sus brazos y comenzó a nadar. Los elementos no tardaron en liberar toda su furia contenida. Fue entonces cuando se giró hacia tierra y comenzó a nadar hacia allí. Faltaba poco, sí, estaba a punto de llegar, lo conseguiría. El mar la arrastraba hacia atrás, el mismo mar que había besado sus pies ahora quería devorarla, quería besar su alma.

Divisó entonces la blanca figura de una mujer. Empleó en un último esfuerzo todas sus fuerzas, se irguió todo lo que pudo sobre la superficie y pronunció una frase, la respuesta a una eterna llamada: “¡mamá, estoy aquí! ¡ven!”

La mujer que estaba en la orilla la vio y sin vacilar se lanzó a las fauces de aquel mar que rugía salvaje cual predador hambriento. Nadó con decisión hasta donde estaba, y cuando estaba a punto de hundirse, la mujer se abrazó a ella con una fuerza inusitada y se abandonó a la mortal caricia que las engullía. Dulce rendición.


La larga espera había tocado a su fin.


                                                                                                                               Cártobas NicOh



sábado, 26 de octubre de 2013

#tu nombre es sueño



no hace falta que me digáis eso de que perdéis la cabeza
por eso de que sus caderas...

ya sé de sobra que tiene esa sonrisa
y esas maneras
y todo el remolino que forma en cada paso de gesto que da.

pero, además la he visto seria ser ella misma
y en serio que eso no se puede escribir en un poema.

por eso, eso que me cuentas de que mírala cómo bebe las cervezas,
y cómo se revuelve sobre las baldosas
y qué fácil parece a veces enamorarse.

todo eso de que ella puede llegar a ser es puto único motivo
de seguir vivo y a la mierda con la autodestrucción...

todo eso de que los besos de ciertas bocas saben mejor es un cuento que me sé desde el día
que me dio dos besos y me dijo su nombre.

pero no sabes lo que es caer desde un precipicio y que ella aparezca de golpe y de frente
para decirte, venga, hazte y un peta y me lo cuentas.

no sabes lo que es despertarse y que ella se retuerza y bostece,
luego te abrace,
y luego no sepas cómo deshacerte de todo el mundo.

así que, supondrás que yo soy el primero que entiende
el que pierdas la cabeza por sus piernas
y el sentido por sus palabras
y los huevos por un mínimo roce de su mejilla.

que las suspicacias,
los disimulos cuando su culo pasa,
las incomodidades de orgullo que pueda provocarte
son algo con lo que ya cuento.

quiero decir que a mí de versos no me tienes que decir nada,
que hace tiempo que escribo los míos.

que yo también la veo,
que cuando ella cruza por debajo del cielo solo el tonto mira al cielo.

que sé cómo agacha la cabeza, levanta la mirada y se muerde el labio superior.

que conozco su voz en formativo susurro
y formativo gemido
y en formato secreto.

que me sé sus cicatrices
y el sitio que la tienes que tocar en el este de su pie izquierdo para conseguir que se ría,
y me sé lo de sus rodillas y la forma de rozar las cuerdas de una guitarra.

que yo también he memorizado su número de teléfono
pero también el número de sus escalones
y el número de veces que afina las cuerdas antes de ahorcarse por bulerías.

que no solo conozco su última pesadilla,
también las mil anteriores,
y yo sí que no tengo cojones a decirle que no a nada
porque tengo más deudas con su espalda
de las que nadie tendrá jamás con la luna (y mira que hay tontos enamorados en este mundo).

que sé la cara que pone cuando se deja ser completamente ella,
rendida a ese puto milagro que supone que exista.

que la he visto volar por encima de poetas que valían mucho más que estos dedos,
y la he visto formar un charco de arena rompiendo todos los relojes que le puso el camino,
y la he visto hacerle competencia a cualquier amanecer por la ventana: no me hablen de paisajes
si no han visto su cuerpo.

que lo de "mira sí, un polvo es un polvo",
y eso del tesoro pintado de rojo sobre sus uñas
y solo los sueños pueden posarse sobre las cinco letras de su nombre.

que te entiendo.
que yo escribo sobre lo mismo.
sobre las misma.

que razones tenemos todos.

pero yo
muchas más que vosotros.


De alguien pretérito que compuso
y me regaló este poema-canción.




#sueño para el invierno · arthur rimbaud



En el invierno iremos en un vagoncito rosa
con almohadones azules.
Estaremos bien. Un nido de besos locos reposa
en cada una de las blandas esquinas.

Cerrarás los ojos para no ver a través del cristal
hacer señas las sombras de la noche;
esas ariscas monstruosidades, populacho 
de negros lobos y negros demonios. 

Después sentirás tu mejilla rozada.
Un leve beso, como una loca araña,
te correrá por el cuello.

Y me dirás: «Busca», inclinando la cabeza;
y dedicaremos nuestro tiempo a encontrar 
ese animalito que viaja mucho.

Arthur Rimbaud




viernes, 25 de octubre de 2013

#soy un gato



«Soy un gato, aunque todavía no tengo nombre. No sé dónde nací. Lo primero que recuerdo es que estaba en un lugar umbrío y húmedo, donde me pasaba el día maullando sin parar. Fue en ese oscuro lugar donde por primera vez tuve ocasión de poner mis ojos sobre un espécimen de la raza humana. Según pude saber más tarde, se trataba de un ejemplar de lo más perverso, un shoshei, uno de esos estudiantes que suelen realizar pequeñas tareas en las casas a cambio de comida y de alojamiento. En algún sitio he escuchado incluso que, en ocasiones, esos crueles individuos nos dan caza y nos guisan, y luego se nos zampan. Aunque he de decir que, debido quizás a mi ignorancia y a mi poca edad, no sentí nada de miedo cuando lo vi. Simplemente noté que el shoshei en cuestión me levantaba por los aires en la palma de su mano, y que yo me sentía flotar. Una vez me acostumbre a esta novedosa perspectiva, tuve ocasión de estudiar tranquilamente su rostro. El sentimiento de extrañeza todavía permanece en mí hoy en día. En primer lugar hablaré de su cara: por lo que yo sabía, las caras de todo bicho viviente suelen estar cubiertas de pelo. Sin embargo, la suya estaba lisa y pulida como la superficie de una tetera. He conocido a lo largo de mi vida a muchos gatos, de orígenes diferentes, pero ninguno tenía una deformidad como la de ese tipo. Pero no sólo era eso. Había más. El centro de su rostro estaba ocupado por una enorme protuberancia, con dos agujeros en medio por los que, de vez en cuando, emanaban pequeños penachos de humo; algo que consideré ciertamente sofocante y fastidioso. Durante un rato me sentí enfermar por causa de esas asfixiantes exhalaciones. Ha sido sólo recientemente cuando he aprendido que aquel humo era producido por el tabaco, una cosa que, por lo visto, a los humanos les pirra.»

Natsume Soseki



#la capilla

#luz divina
foto: © Cártobas NicOh

Desde hacía un año era el responsable de la pequeña “Capilla del Santísimo” que se albergaba en la basílica. Faltaban ya pocos meses para su ordenación como sacerdote. Se sentía feliz y, a la vez, nervioso por la cercanía de este acontecimiento.

Lo que no sabía es que la vida estaba a punto de someterle a una dura prueba.
Aquel sábado, cercana la hora del cierre, reparó en la figura de una mujer que estaba sentada en el banco de la segunda fila, a la derecha del altar.
Arrimada a la esquina que daba al pasillo, casi hecha un ovillo sobre sí misma, apenas levantaba la cabeza durante el tiempo que permanecía allí dentro.
Pasada casi una hora, y antes de salir, se ponía unas oscuras gafas de sol y salía tan silenciosa como había entrado.

Y durante los tres meses siguientes la mujer no faltó a su cita. Siempre a la misma hora, en el mismo solitario lugar y adoptando la misma postura silente.
Lo que al principio nació como curiosidad con el tiempo se fue transformando. Se engañaba a sí mismo pensando que era puro interés cristiano lo que le movía a estar allí puntual cada sábado, a la misma hora que sabía ella llegaría. Nunca le había visto el rostro, mas presentía que los oscuros cristales de sus gafas ocultaban una profunda tristeza.

Llegó el día en que se encontró a sí mismo consumido por el fuego de la espera, contando uno tras otro los días que faltaban para volver a verla. Las semanas se hacían eternas, parecían meses, años. Las noches eran un tormento para su mente, a la que acudían sin ser llamados pensamientos que tomaban forma en su cuerpo. La sangre se concentraba en su pelvis como un caballo desbocado y salvaje. La carne se hacía cada vez más fuerte y robaba terreno dentro de su ser. Pensar en ella y tocarse buscando el placer era todo uno.

Todo su mundo, sus creencias, su fe, se estaban desvaneciendo como una cortina de humo. ¿Qué le estaba sucediendo? ¿cómo luchar contra lo desconocido? ¿cómo vencer lo que parecía invencible?

El tormento crecía en la misma medida que el deseo. No sabía si estaba pecando, porque él no había fomentado ese sentimiento, ¿cómo sentirse pecador de algo no buscado ni propiciado? Y aun así sabía que estaba cometiendo pecado por sentir lo que sentía.
¡Dios! ¿qué me está sucediendo y por qué?, se preguntaba. Y rezaba, rezaba pidiendo fuerzas a Dios para poder soportar y resistir. Mas sus oraciones parecían no ser escuchadas. Allí, dentro de él, permanecía aquel fuego que, lejos de apagarse, cada día crecía y se alimentaba con la necesidad de volver a verla.

Llegó el sábado en que decidió adentrarse en su infierno para luchar contra el demonio de la carne. Vencer o morir. No podía ser de otra forma.
Puntual como siempre, y el mismo sitio, allí estaba. Ahora la miraba con otros ojos, se fijó en su ropa, su cuerpo, su cabello. Se dio cuenta de que la miraba como hombre y no como alguien que estaba a punto de ser sacerdote.

No supo cómo lo hizo pero se encontró sentado detrás de ella. Se desplazó hacia el lado derecho del banco para poder mirarla mejor. Tenía un perfil grave. En un momento que alzó la cabeza hacia el altar pudo comprobar cuánta tristeza destilaba su mirada.
Sus manos, apoyadas la una sobre la otra, se daban calor y apoyo; tal vez el que ella no tenía.

Se levantó, y, como siempre hacía, se puso las gafas, recogió su bolso y se encaminó hacia la salida. Absorta en sus pensamientos no advirtió su presencia.

Sin pensarlo dos veces, corrió hacia el altar, se quitó la sotana, la ocultó tras una columna y salió en su busca. Sabía que salía siempre por una de las puertas laterales de la basílica y hacia allí dirigió sus pasos. Salió al exterior, bajó apresuradamente las escaleras al tiempo que la buscaba con la mirada. Caminaba calle arriba, hacia la avenida principal.

Se dejó estar a una distancia prudencial, estaba tranquilo pues sabía que no corría peligro de ser descubierto. Al menos, no por ella.
Entró en una cafetería y se sentó al fondo, a una mesa que estaba arrimada a la pared.
Él hizo lo propio, pero justo enfrente.

Fingiendo mirar la carta, desvió la mirada hacia su mesa. Oyó cómo pedía un café al camarero. Él, también, pidió lo mismo.
Ahora, o nunca; se dijo. Se levantó y, con paso firme, fue donde ella estaba.

-¿Puedo invitarla? –las palabras salieron solas, casi sin pedir permiso.

Ella levantó la mirada hacia él. Sorprendida por la invitación, la educación y formas de aquel muchacho no pudo por menos que sonreír y aceptar con una inclinación de cabeza.
Arrimó una silla a la mesa y se sentó a su lado. Y tras la silla vinieron horas y horas de conversación, y tras la conversación la inevitable salida del local.

- Me gustas –pronunció ella.
- Y tú a mí.

Y en la cama de la habitación de un hotel cercano él conoció el sabor de la carne y encontró respuestas a preguntas que hasta ese día le habían atormentado.
Tras la columna del altar se quedó para siempre la sotana.

Cártobas NicOh




#amadeus

#el perro del castañero
foto: © Cártobas NicOh


Regreso a casa con la compra del súper. Frente al edificio donde vivo hay un quiosco. Al pasar por allí me topo de frente con un bellísimo Golden Retriever. Le miro, me mira; nos hablamos en silencio y se acerca a olerme. Me da un besito, le gusto. Nos gustamos. La dueña se gira y le recrimina con dulzura:

- ¡Amadeus! ¡¿ya estás ligando?!

Sonrío.

- ¿Amadeus Mozart? -pregunto a la par que le acaricio. Me conquista con su mirada.

- Sí, así es. Y es que le encanta la música clásica: los conciertos para piano de Mozart y las arias de la Callas son de sus preferidos.

Echamos a andar los tres. Amadeus y yo seguimos mirándonos.

- Oye, Amadeus, una de mis favoritas de Mozart es el "Lacrimosa", ¿también la tuya?; y de la Callas: "Oh, mio babbino caro".

Amadeus sigue a mi lado, se deja acariciar. Me agacho, y le doy un besito en tan hermosa cabeza.

- A él también le encantan -responde sonriente la señora, a la par que sorprendida.

Entonces le hablo de Tasio, mi amado Tasio, y del viejuco Silvio. Me pregunta el por qué de esos nombres, le respondo y sonríe. Le gusta mi historia, dice. Y durante esos minutos soy feliz. Aunque ellos ya no están aquí, siguen estando conmigo.
Charlamos animadamente durante un rato sobre música clásica y algo de literatura; me cuenta que Amadeus nació en Nueva York, y que no hace mucho se han instalado ambos aquí, en Madrid. Me despido de ella y de Amadeus, nuestros caminos siguen su rumbo.
Tan interesante la dueña como el perro.
Encuentros breves y maravillosos que me suceden de vez en cuando y de cuando en vez. La vida misma.



Cártobas NicOh




jueves, 24 de octubre de 2013

#la única vez que bailé con mi padre




tu ausencia es
dolor lento y silencioso
de largos pasillos,
paredes sin techo,
puertas cerradas.
letras metálicas,
fechas abstrusas

aquel te quiero
           que pronunciamos
una vez,
fueron mil peticiones
                de perdón,
certeza de desencuentros
y vidas divergentes;
estando sin estar,
aun no siendo, eras,
          siempre presente

mi te quiero
preside 
un invertebrado
                        te recuerdo
prescindo
de un obligado
                 no te olvidamos


Cártobas NicOh




#palabras en la palma de la mano



Y él, antes de despedirse, le entregó un pequeño papel doblado; cabía perfectamente en la palma de su mano. 

No lo abras ahora. Hazlo cuando yo no esté, fue lo último que dijo antes de dar media vuelta e irse.


Le vio alejarse, dirigió la vista hacia su mano que se había cerrado formando un puño. Miedo, ansia, sorpresa, curiosidad, deseo... se colaban sin permiso a través de su piel. Con inusitada fuerza apretó, exprimió, casi esperando que las palabras se desprendieran cual zumo entre sus dedos. 


"En la sencillez residen los verdaderos sentimientos. Sencillamente para ti."


Y el amor asomó bajo aquellas palabras que cabían en la palma de su mano.

Cártobas NicOh




# la rabia



Las sesiones con el psiquiatra no estaban siendo de gran ayuda, lejos de experimentar alguna mejoría, su indignación aumentaba cada vez que acudía a su cita semanal.
¡No, no y no!, por más que aquel hombre intentaba abrir en su vida nuevas ventanas a las que asomarse para contemplar nuevos paisajes a explorar, conocer y disfrutar, se resistía a dar un paso: estaba furiosa y no deseaba dejar de estarlo, aún no. 
Si lo sucedido tenía lectura positiva, como pretendía convencerla el médico, no quería conocer sus bondades.

Dicen que el tiempo atempera el dolor, seguro que sí, pero… ¿cuánto se necesita?; en su caso seguro que no había transcurrido el suficiente pues no se cumplía el dicho.
Lo sucedido en los últimos meses, como buen protagonista, seguía ocupando el escenario de sus días. No permitía que ni un detalle se alejase de la escena, los llamaba a diario, una y otra vez, y desde la privilegiada butaca de la rabia pataleaba y lloraba hasta que caía el telón.

Quiso el azar que aquella mañana fuese el principio del fin. Era viernes, la jornada se presentaba relajada y la mañana incitaba a pasear. Sí, decidido, dejaría el coche en el garaje e iría caminando hasta la oficina. A mitad del trayecto se encontró con que la calle estaba cortada por obras, así que hubo de retroceder y dar un rodeo. Giró a la derecha y enfiló una estrecha callejuela. Caminaba distraída, con la mirada fija en las fachadas de los edificios, algunas eran realmente hermosas. Esquivó un bache en la acera y su mirada reparó en la figura de un hombre que acaba de salir del portal de uno de aquellos inmuebles. Se parecía mucho, desde luego, pero no podía ser, no, claro que no... Y, de ser él, ¿qué hacía en ese lugar? y a esa hora… negó con la cabeza y apuró un poco el paso para acortar distancias, quería cerciorarse. No pudo ser. Acertó en su percepción, era él, su marido.

Ahora que ya había despejado una duda, quedaba por averiguar cuál era el motivo de su presencia allí. Esa mañana había salido de casa antes de lo habitual con la excusa de preparar una importante reunión para el siguiente lunes. Algo comenzaba a chirriar, y no era precisamente agradable. Si aquella situación no era algo puntual, se volvería a repetir. Esperó paciente la llegada del siguiente viernes.

Para evitar ser vista se ocultó tras el portal del edificio que estaba enfrente y esperó. Casi había transcurrido una hora, en ese tiempo había salido y entrado gente de lo más dispar. Él seguía dentro, pero desconocía en qué piso. Una vez más se abrió el portal, un hombre y una mujer de mediana edad, seguidos de un atractivo joven de unos “veintipocos años” fueron los últimos personajes que vomitaron las entrañas de aquel agujero. Si continuaba allí por más tiempo se arriesgaba a que algún desconfiado vecino le hiciera preguntas incómodas, y no quería que eso sucediese.
Decepcionada abandonó el lugar. Ahora sí estaba convencida de que nada bueno para ella se cocía tras aquellas paredes. Intuía que su marido le estaba siendo infiel, mas era cuestión de tiempo y paciencia confirmarlo. Y ella poseía un buen patrimonio de ambas cosas.

Esta vez la excusa fue una cena de trabajo, y en viernes ¡cómo no! Se adelantó y, una vez más, oculta tras los cristales esperó pacientemente. La noche, cómplice de amores y desamores, le favorecía, pues el trasiego de gente, a esas horas, era menor que durante el día. Apenas habían transcurrido veinte minutos cuando vio que se acercaba un joven, era el mismo que días antes había visto salir tras aquella pareja de mediana edad.
Abrió el portal, entró, y acto seguido una luz se encendió. Dejó de vigilar sus movimientos, justo en ese momento identificó a su marido que estaba a punto de entrar. Apenas se detuvo, llevaba unas llaves en la mano y entró con rapidez.

Expectante y nerviosa entornó los ojos, fijó la mirada en aquella figura. La distancia entre ambos edificios no era muy grande, así que pudo observar con todo lujo de detalles lo que a continuación sucedió.
Ambos hombres, su marido y el muchacho, se fundieron en un abrazo, y no era precisamente amistoso. Todo lo contrario, aquel abrazo era sexual, carnal, morboso… de todo menos aséptico; y el beso que unió sus bocas un bofetón que la empujó hacia atrás sobre sí misma.

¿Estaba sucediendo de verdad? ¿era real lo que estaba presenciado?, no había espacio para malas interpretaciones, ni cabida para el dobladillo de la equivocación, lo que estaba viendo era lo que era, sin más. Su marido tenía una aventura con ¡otro hombre!
Entonces, ¿dónde quedaba ella? ¿qué hacer con seis años de vida en común? Seis años viviendo una puta farsa, una asquerosa mentira.
No sabía muy bien si la rabia que sentía era contra sí misma por no haberlo descubierto antes y pecar de ingenua, o por el hecho de que su contrincante era un hombre y no una mujer, y lo que le dolía era el orgullo.

El aguijón se había clavado hondo, sin compasión, y ella respondía atacando furibunda como un jabalí herido.



Cártobas NicOh




miércoles, 23 de octubre de 2013

#catedral



Invierno. No llueve. Llovizna, como casi siempre. Estas pequeñas lágrimas engarzadas sobre un hilo invisible forman ya parte del paisaje. No molestan, aprendes a convivir con ellas. Desciendo del tren y camino en dirección a la catedral. Frente a ella, con el oscuro telón de fondo de la noche y apoyando el paraguas sobre mis húmedos hombros, admiro en silencio cómo su mayestática silueta perfila con solemnidad el manto nocturno. Sobrecogedora y mágica imagen. Tras varios minutos de húmeda contemplación, en los cuales las lágrimas se confunden con la lluvia, vuelvo el paraguas a su posición original. Con lentos y tercos pasos enfilo el camino a casa, no lejos de allí, en la Rúa Nueva. Nos profesamos amor mutuo: mi amada catedral de Santiago de Compostela y yo. Una fidelidad esculpida sobre el silencio: lluvioso y nocturno. 


Cártobas NicOh




#sueños, reflejos y pensamientos · carl gustav jung

#ausencia
© Cártobas NicOh


"Si existiera algo que quisiéramos cambiar en los chicos
en primer lugar deberíamos examinarlo y observar
si no es algo que podría ser mejor cambiar en nosotros mismos."

"El pequeño mundo de la niñez con su entorno familiar es un modelo del mundo.
Cuanto más intensamente le forma el carácter la familia,
el niño se adaptará mejor al mundo." 

"Todas las obras del hombre tienen su origen en la fantasía creadora.
¿Qué derecho tenemos entonces a la amortización de la imaginación?"

C. G. Jung